El deporte me acompaña desde que tengo memoria. A los cinco años ya pasaba tardes enteras en el Club Universitario de Buenos Aires, entre una pelota de tenis, de fútbol o de básquet. Pero fue el tenis el que terminó marcando mi camino. Entendí que ahí había algo más que un pasatiempo: era un espacio para competir, exigirme y aprender a convivir con la presión.
Ese recorrido me llevó a obtener una beca en Estados Unidos y a competir en el circuito universitario. Fueron años intensos, de estudio y torneos, de viajes y entrenamientos, donde incluso alcancé ranking profesional en el circuito ATP. El deporte era mi brújula. Hasta que llegó la pandemia, y como para muchos, fue un corte inesperado.
En ese paréntesis descubrí otra forma de movimiento. Al principio eran trotes en parques de Nueva York, sin plan ni objetivo claro. Con el tiempo noté que algo de la disciplina aprendida con el tenis volvía a aparecer: el ritual de entrenar, el gusto por mejorar, la claridad de un proceso que no necesita más que constancia.
Descubrí que la constancia es el verdadero motor del progreso. Correr me enseñó que volver a empezar nunca es arrancar de cero. Todo lo vivido en otros deportes se transformó en impulso. La valentía de estar en la largada vale tanto como la llegada.
De regreso en Buenos Aires decidí tomármelo más en serio. Actualmente, entreno en un grupo élite y me sorprendo con marcas que hasta hace poco parecían imposibles: una media maratón en 1:12:41, un 10K en 33:02 minutos, podios en carreras locales. Los números impresionan, pero lo que más me motiva es sentir que estoy otra vez en un camino de superación constante.
Con amigos organizamos encuentros que combinan running, música y café. Lo llamamos “Social Runs”: una mezcla de kilómetros compartidos, DJs en vivo y brunch en cafeterías. En pocos meses reunimos a decenas de personas, y cada evento confirma lo mismo: el deporte es la excusa, lo que nos une es la comunidad.
Hoy mi objetivo es doble: crecer en el running competitivo y, al mismo tiempo, hacer del club un espacio cada vez más abierto, diverso y divertido. Porque correr puede ser un acto individual, pero cobra otro sentido cuando se comparte.